20091026

Re-Fa-Si

Primero… sí, perdón por no actualizar nunca, a mis dos lectores. Por otro lado, vivo con uno de ellos y hablo a menudo con el otro, así que tampoco es como que se pierdan de mucho. Actualizaré mi otro blog sobre los motivos de mi ausencia, pero - en dos líneas - conseguí trabajo. Y eso implica transportarse mucho, en particular en micro (a.k.a. colectivo).

El sistema de transporte en Santiago es… la verdad, bastante decente. Mucha, muchísima gente lo critica - es complejo a rabiar, y es algo más lento que el antecesor. Por otro lado, es muchísimo más civilizado que éste, y aguanta relativamente bien las cantidades groseras de usuarios que tiene que transportar - esta es una ciudad demasiado grande. Es un poco caro, sí - la única crítica que le hago… junto con la que hoy me ocupará, claro.

Verán, en la época de las micros amarillas, había una serie de personajes cuyo pan llegaba a su mesa, indirectamente, gracias a estas máquinas infernales. El caso paradigmático es el "sapo", antiguos empleados de la empresa de transporte que, una vez desocupados, e incapaces de adoptar una profesión decente, dedicábanse a informar en las esquinas a sus colegas empleados de la distancia que le llevaban a la otra micro, a fin de permitirle al conductor, bien acelerar a velocidades demenciales por calles en mal estado; bien marchar a un ritmo atrozmente lento, y que se jodan los pasajeros. Ah, las maravillas del transporte público.
Pero me desvío. Otro tipo de gente que vive de las micros eran los comerciantes. Los hay de todo tipo: los que venden chucherías "por encargo de Importadora", los que venden helados o golosinas. Y el tipo que hoy nos concierne, que son aquellos "artistas" que se ganan el pan realizando una actividad que pareciera tener una leve semejanza al arte musical.

Todos estos tipos, útiles o no tanto, se habían visto momentáneamente desempleados con la reforma del transporte - reforma que les impidió, por ejemplo, subirse a los buses. Esto cambió hace poco, de modo que recién vuelven los músicos (y los vendedores ambulantes, y otras yerbas. Los sapos no) a subirse a nuestros medios de transporte.

Ahora bien, ¿qué clase de ambiente para la música es una máquina ruidosa con un motor de diesel, que se mueve - bastante - y que no tiene demasiado espacio? No el mejor. Para que puedan experimentar conmigo la tortura experiencia (valga la redundancia) de este arte, desglosaré hoy algunos elementos característicos del músico de micro.

- Guitarra: La guitarra, acompañante infaltable del músico que se precie de sí, debe necesariamente ser un elemento de la peor calidad posible. Cuerdas de nylon o de acero, deberán ser de las peores a fin de asegurar una conjunción crapulenta entre un instrumento incapaz de crear la menor resonancia, cuerdas incapaces de darlas, y un ambiente - ver "motor de diesel", arriba - poco apto para captar cualquier otra resonancia. La guitarra del músico de micro, además, deberá estar infaliblemente desafinada - esta es, quizás, la distinción que distingue al aficionado del verdadero "profesional". No sólo desafinada, sino que (con la intención de ser) afinada en alguna tonalidad extraña, siempre algunos semitonos más bajo de lo que corresponde. Algunos músicos deciden "componer" este error colocándole cejilla a su instrumento, obteniendo así un pequeño adefesio, chillón e imposible de oir.
Finalmente, desde luego, semejante instrumento sólo puede ser tocado con un rasgueo grosero y arrítmico, como un ataque de epilepsia o un gato defendiéndose de espaldas.

- Voz: El registro vocal del artista de micro se ubica en algún punto en el espectro que va entre "abismalmente malo" y "comaríficamente © soso". Los hay, bueno, malos: desafinados, desagradables, sencillamente negados. Hay algunos que, al menos, son patéticos - de modo que inspiran una sensación distinta a la rabia. Lo que, desde luego, no quiere decir que canten bien. Finalmente, existen aquellos que son más competentes; pero, a diferencia del mundo vocal real, en donde los artistas más competentes tienen un mayor repertorio a su disposición para transmitir una emoción y/o un mensaje de manera efectiva, el artista de micro avanza inexorablemente hacia el tedio insufrible. En la parte más alzada de este grupo, encontramos a aquellos que alguna vez tomaron clases de canto, y que por ende poseen una voz estándar, irredimible e irreconocible, alienada y sencillamente, pues, sosa. Quizás sea lo que más les conviene, para amenizar el viaje de los transeúntes. Quisiera pensar que es así, y no es que sean incapaces de cantar bien. En fin.

- Repertorio: Atrás quedaron los días en que Un Beso y Una Flor (Nino Bravo) era requisito sine qua non para el cantante callejero. Los que poseen mejor repertorio, irónicamente, son los escasos y - pensé que jamás diría esto - cada vez más necesarios artistas de hip-hop, que la mayor parte del tiempo improvisan. Diría que son, además, los más talentosos, e incluso los más agradables, toda vez que prescinden de la ya mencionada guitarrita, y no pretenden cantar de todos modos. Pero me desvío; el repertorio actual del cantante de micro se puede dividir en los que optan por un lado folclórico, y los que deciden tomar el camino del rock/pop. Los primeros, normalmente algo más entrados en edad, muy a menudo apelan al chovinismo de un país de nacionalistas rabiosos, tocando cuecas (interpretadas ad nauseam) u otras formas de expresión nacional que, ya bien hechas, son francamente deprimentes - ni hablar de hechas de ese modo, en ese entorno. Pocas cosas son más molestas que un payador en la micro, y muchas de esas cosas incluyen, pero no se limitan a, alguna clase de modificación involuntaria al perineo.
En el otro rincón, tenemos a los artistas que optan por canciones más contemporáneas. Pronunciar mal el inglés sigue siendo condición indispensable; lo ideal es obtener un dialecto ininteligible, ni para hispanohablantes ni anglófonos. Por otro lado, debido a la escasa y deficiente instrumentación, normalmente se hace un… arreglo minimalista, digamos, de dichas canciones - un ciclo de acordes, tocados con el mismo rasgueo monótono y hartante, que "decoran" una voz.
Finalmente, entre ambos puntos hay una serie (bastante corta) de canciones que se pueden hallar. Canciones típicas de Quilapayún, SoloBulla Sol y Lluvia, o grupos de ese estilo merecen una mención honrosa - y uso esa palabra de manera muy liberal. No hay nada de honroso con Quilapayún.

- Otros instrumentos: Resultan sorprendentemente pocos los artistas que recurren a otros instrumentos, como la ampliamente difundida flauta dulce, para "amenizar" su espectáculo. El instrumento más común es el armónica, a menudo colocada en esta cosa que le permite a alguien tocar armónica y guitarra simultáneamente, para mayor efecto irritante. La armónica, al igual que su homólogo de cuerdas, debe estar necesariamente desafinada.
Es muy, muy raro encontrar instrumentos de cámara, incluso los más difundidos como el violín. Sí es factible, y resulta de hecho bastante común, verse enfrentado a instrumentos andinos: charango, zampoña y quena. Para el charango vale exactamente lo mismo que la guitarra, y tanto zampoña como quena han de ser tocados como la ya mencionada armónica - estridentemente y sin armonía alguna. Si encuentran alguna clase de percusión, bájense ya a comprar algún juego de azar porque claramente es su día de suerte. Y si no lo es, se salvarán al menos de presenciar alguno de los instrumentos más potencialmente molestos, realizado en toda su actualidad irritante.
Mención honrosa para los beatboxers. No hay tipos espectaculares haciéndolo en los buses; por otro lado, muy pocos lo hacen con el grado extra(?)ordinario de mediocridad que impera en la ejecución musical de los otros instrumentos. Aunque claro, ¿qué tan difícil puede ser fallar al hacer beatboxing?
Finalmente, no se fíen de los que cantan a capella. Esos son los peores.

Espero que con esta pequeña guía se puedan hacer una idea del verdadero calvario que puede llegar a ser toparse con uno de estos personajillos. ¿Qué tanto costará tomar algunas clases y conseguirse instrumentos decentes, digo yo?

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