20100126

Muerto, muerto y viviente

Hacía meses que no escribía en el blog. Hay varios motivos: comencé a trabajar, pero renuncié en Diciembre y hasta ahora tampoco había actualizado. Mucha gente sostiene que Facebook y Twitter asfixian y aniquilan al blog clásico; pero no tengo ninguna de las dos cosas. No me llaman la atención (y ya les dedicaré unas líneas). Por otro lado, no tenía ningún estímulo para buscar temas para este blog, y su escasísimo, casi nula audiencia. De modo que, sin temas ni ganas ni tiempo, difícil era que escribiese mucho. Y no veo fácil seguir escribiendo, la verdad.

Pero quedan aún algunas cosas que mencionar antes de abandonar a su suerte este blog, como un archivo de la mala redacción y la discordia. Sería nefasto de mi parte no tocar el tema de las recientes elecciones en mi país natal, y la victoria (primera en 50 años, en las urnas) de la derecha. Me ahorro las palabras repetidas hasta el hartazgo: que la dictadura, que el neoliberalismo, que todo eso. Habiendo tanto que decir, es un despropósito insistir en un tópico que ya es ampliamente conocido, y que tiene - mal que nos pese - cada vez menos peso valga la redundancia) en la sociedad estúpida en que nos hayamos inmersos.

No. Porque la victoria de hace dos semanas no fue la victoria del neoliberalismo, del sálvese quién pueda y del empresariado y la clase pudiente. Fue la victoria de la estupidez, crónica y - hoy más que nunca - peligrosa. Votar a la derecha no siempre es muestra de estupidez, pero en esta elección, como en la de Berlusconi, Sarkozy y tantos otros bufones dadaístas, es una señal potente de una falta severa de intelectualidad. La gente no votó propuestas concretas; votó eslóganes, frases armadas y vacías, votó tesis ridículas sin ningún asidero en la realidad (la dichosa "alternancia", como si el poder político fuese un pueril juego de turnos y no la dirección de un país…), votó, en suma, el nihilismo que trae como consecuencia los mismos males que - irónicamente - el votante promedio pretendió resolver en estas elecciones. La estupidez es tamaña, desde el momento en que carecemos de capacidad para analizar lo que nos sugieren.

La campaña del actual presidente electo fue un plagio desvergonzado de otras campañas exitosas alrededor del mundo. Sin propuestas, sin más que marketing obamesco, pero sin - desde luego - la retórica del actual presidente norteamericano. Muchos han comentado que lo que se hizo no fue votar por un Presidente, sino comprar un producto - como quién compra cereal en el supermercado. No ahondaré entonces en este punto; déjeseme nada más agregar que éste sea quizás el único punto coherente en la conducta del votante/cliente.

La gente eligió "oportunidades". Porque las oportunidades tienen que ser dadas desde el Estado, no construidas desde uno mismo. Pero la gente vota por la destrucción de la tenue protección social que poseemos, vota por privar de recursos y reducir al Estado, único medio (por ahora) capaz de otorgar a la gente "oportunidades". En nombre del oportunismo se propician los medios para la concentración de capital - disculpen el marxismo -, la acentuación de la diferencia social y, en definitiva, la restricción de las oportunidades. Nos meten en la cabeza, con una eficacia nauseabunda, el dogma del "emprendedor", el proactivo gestor de la economía, pero no somos capaces de "emprender" de manera correcta. Y entonces elegimos una frase llana, un eslogan pegajoso.

La gente ha elegido "quebrarle la mano" y "ganarle la batalla" a la delincuencia. Como si la delincuencia fuese una idea abstracta, como si no fuese la falta de respeto por la integridad y el espacio ajeno. Como si no fuesen los tipos que hacen lo que quieren porque pueden. Y no, no hablo del "delincuente" que aparece en los medios, no se trata de temer a represalias. Hablo del prepotente que se siente empoderado por esta victoria suya, del que cree que los que reclaman por sus derechos "ya se van del gobierno". Hablo del muchacho que coloca música a todo dar en celulares de mierda pichiruchis, que se sienta en el suelo del vagón lleno o que ocupa todos los espacios para sentarse con bolsas. Esa es la causa de la infame "delincuencia" a la que tanto temen, pero eligen propiciar y profundizar esa conducta, como imbéciles atrofiados que no pueden distinguir el bien del mal. Como animalitos, tristes y patéticos.

Somos esclavos de nuestras decisiones. El país, empero, ha elegido al gobernante que se merece: un energúmeno sin el menor raciocinio, que se hizo de dinero mediante el crimen, la estafa y el truco sucio, enemigo de la moral y la decencia. Y gozará cuatro años de deliciosa ignominia, subrayando el papel retrógrado de este país sin identidad, con respecto al resto de la América Latina que nos rodea. No hay "culpables" aquí, esto no podría haberse evitado, porque el país ha elegido actitudes contradictorias desde la entrada, porque somos sordos intentando dialogar. Nos llenamos la boca con la democracia, que tanto nos costó, y fuimos incapaces - en toda una generación - de aprender a ser demócratas, partiendo por reconocer la humanidad del otro. Y ahora no somos más que clientes de un patán escandaloso y su banda de rufianes.

Yo quisiera saber, empero, dónde puedo ir a dejar mi pasaporte. Ya no me interesa relacionarme con esta bandada de idiotas.

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