Para enojarse, con todo, hay muchos motivos. Podría escoger la farsa eleccional, con tres candidatos que son, cada quién peor que el anterior. No sé si elegir entre el farandulero farsante de MEO, el mediocre energúmeno de Frei o el francamente siniestro Piñera. Digo, yo no elijo, porque desde luego que me rehúso a participar en esta farsa absurda que insisten en llamar "democracia", y - más insólito aún - a alzarla a valor trascendente moral, como un derecho inalienable, y no como la analogía de sexo oral forzado que es realmente. Ni hablar del resto de los candidatos, esos que nadie nombra; cada uno es, igualmente, peor que el anterior, con la diferencia de que, gracias a un ambiente que los perjudica (no hay ni para qué, si se perjudican solos), ni siquiera tienen oportunidades de ganar.
Podría enojarme contra la gente idiota, para variar. La que es incapaz de subirse a un puto tren (todavía les debo ese estudio) porque quiere irse sentada, poniendo en riesgo entonces a mucha gente que se apelotona en una escalera, esperando a que uno pierda el equilibro para empujar a una masa de gente a un accidente muy, muy feo. La gente idiota, que es incapaz de seguir instrucciones sencillas o - que Dios no lo permita - tener un ápice de sentido común y de empatía; gente que tiene a este miserable país en la situación en que está.
Podría enojarme contra un clima de mierda, contra una ciudad sucia, contra la xenofobia y el racismo. Pero no tengo ganas. De hecho, ni siquiera tengo ganas de escribir un artículo, tanto como tengo ganas de decirles a todos, absolutamente todos, que se vayan a la mierda un rato. Saben que se lo merecen.
Buenas noches.
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