De muertes.

En los pasados días, murieron dos personas relativamente famosas. Por motivos muy distintos, de causas muy distintas, de maneras muy diferentes. Dos personas unidas por un elemento en común: la transformación de su muerte - y, en el segundo caso, buena parte de su vida - en un circo mediático de codazos y "buenos sentimientos".

El primer caso, claro, es el ex-presidente de Argentina, Raúl Alfonsín. Muerto a los 82 años, de una neumonía o de cáncer al pulmón - ya saben cómo son estas cosas, rara vez los mata la enfermedad misma, sino las complicaciones -, fue el primer presidente que tuvo la República Argentina tras la dictadura de Videla y cía. Y como tal, ni qué decirlo: nos merece respeto.

Pero respeto, che. Hay una distancia bastante grande entre "respeto" y "sobaquenas". Y Alfonsín podrá haber sido un gran presidente - no opino porque no sé demasiado al respecto -, pero encontrarse una nota de Nazarena Vélez ("vedette", para los despistados) diciendo que no pudo dormir por la muerte del ex-presidente… ¿no será mucho? ¿No será, pues, demasiado? El tipo se murió, todo bien con ir a verlo. Ir a velarlo. Incluso llorarlo, si fue un tipo importante. Pero respeto, eh, que no está para la chacota, para agarrarse de ahí y hacerse propaganda uno. Es feo, no tanto por lo sincero o no de la acción - capaz que es verdad -, sino por la manipulación de los medios. Y es que lo de la señorita Vélez es sólo la punta del iceberg, de un circo de sinvergüenzas que, durante días, se dedicaron a recolectar testimonios del difunto para lucrar con un sentimiento de duelo nacional que ellos mismos crean. Porque, y he aquí lo que sucede en realidad, ¿cuánta de esta gente vivió el proceso, estuvo ahí para cuando se salió de la dictadura (lo que significa, haber sufrido la dictadura. Y haberla sufrido en serio), cuánta gente de toda ésta que derrama lágrimas de cocodrilo puede realmente darse el lujo de robar cámara para alabar a un muerto?

Pero en fin, al menos a Alfonsín lo cirquean de muerto. Y por otro lado… sí fue un tipo importante. Y, hasta cierto punto, se entiende.

Lo que es francamente imperdonable, es el show mediático que se armó con el pobre Felipe Cruzat. Para mis lectores de fuera de Chile, es un niño que necesitaba un transplante de corazón, durante 3 meses agonizó, y finalmente murió hoy. Un niño que fue centro y eje de una campaña masiva de búsqueda de un órgano, de "colocar el tema en el tapete", de entrevistas a fulano de tal de la asociación donación etc. Todo durante tres meses, para salvarle la vida a un puto niño, niño que estudia en uno de los colegios más elitistas del país, niño que es hijo de padres acomodados.

Loable, el esfuerzo por salvarle la vida a uno. ¿Pero qué tan loable es, cuando ignoramos los cientos de casos que son ignorados a diario? Porque éste chico, pobre diablo, no fue más que un objeto utilizado por periodistas mediocres e inescrupulosos para animar de melodrama la parrilla veraniega. Se llora al niño, se arman grupos de Feisbuk para llorarlo, y se hace de todo - menos dejar, al menos, que lo bueno de esto (la necesidad de un sistema más eficiente de donación, etc.) perdurase. Denle una semana y verán cómo se olvidan de todo.

¿Lo peor? No sirvió de nada. De nada, claro, excepto para alimentar un falso sentimiento de unidad chovinista, del "país unido". ¿De qué país me hablan, canallas? ¿Del país que tiene al 20% de su población viviendo bajo la línea de la pobreza? ¿De uno de los países con mayor inequidad del mundo? Descarados, eso es lo que son, metiéndole a la gente en la cabeza estos problemas ridículos para hacerle la vista gorda a esas cosas que incomodan. Porque a la hora de hablar de, no sé, el conflicto mapuche - les juro que es un tema que se me ocurrió al azar -, ¿dónde están?

Y es que estas cosas, Alfonsín, y el chico Cruzat, tienen una ventaja a la hora de tratarlos: se mueren. Y dejan de existir. Así es como la dictadura y la crueldad dejan, mágicamente, de existir: porque se mueren sus representaciones. Y así podemos seguir viviendo en paz, creyéndonos inmunes a los problemas que siguen allí afuera, que siguen existiendo, durmiendo con la conciencia tranquila por haber firmado en el grupo de Feisbuk "salvemos a Cruzat". Cobardes e hipócritas.

Y al final, no hacemos lo que decimos que hacemos: no respetamos a los muertos.